sábado, 28 de enero de 2012

La recién llegada

Madre mía. Es la frase que acude a mi cabeza en cuanto veo aparecer por el sendero a la invitada de esta noche. Los visitantes del Beso de Luna se ven obligados a apartarse a un lado abriendo una especie de camino fluorescente a los pies de la recién llegada. Los candeleros vibran a su paso, alzando las llamas hacia el cielo en un impulso irreal, lo que consigue multiplicar el resplandor rojo de su melena ondulada, que arde en tonos encendidos desde el caoba al fuego. Camina erguida y viene directa hacia mí. Metro noventa, quizás, calculo mientras me quedo anclada en unos ojos grises que se pierden en el tiempo.
—Gracias por venir. Sé que eres una mujer muy ocupada —digo sin atreverme a dar paso alguno.
Ella se aproxima a mí y me regala la caricia de sus labios cálidos en la mejilla, dejando el rastro de un aroma salvaje y evocador en mi memoria.
—No podía faltar —contesta con voz grave y sensual.
Observo cómo se desprende del largo abrigo y acomoda su cuerpo escandaloso entre los cojines del reservado, disfrutando de una actitud indolente. No tiene ninguna prisa. Pasea su mirada luminosa por cada rincón de la estancia y me contempla sonriendo.
—Este lugar me trae recuerdos de un sitio que conozco.
—Lo sé —respondo con una sonrisa cómplice.
Su presencia es cercana e inquietante al tiempo. Desprende el peligroso atractivo de una fiera. He hecho traer para ella una botella del mejor vino tinto del lugar. Contemplo cómo se recrea analizando el cristal y los matices del líquido a la luz de las velas. Acerca la copa a su boca y en cuanto el líquido oscuro la alcanza, sus papilas se ven arrastradas inexorablemente hacia el placer. No hace gesto alguno, pero lo sé por la expresión de sus ojos. El iris adquiere un matiz violeta.
—Excelente.
—Me alegro. Tan solo te he hecho venir para disfrutar de esto contigo y, por supuesto, para que la gente te conozca.
—No deberían conocerme demasiado…
—No te preocupes. Guardaré celosamente tu secreto.
La daga fenicia es como un organismo vivo que quiere seguir creciendo…

jueves, 12 de enero de 2012

Carla, Mel y el mar al fondo...

Avanzo con cierta premura por el interior de la villa, pues sé que llego un poco tarde a mi cita de esta noche. Sin embargo, en cuanto tengo al alcance de la vista el interior de nuestro reservado en el Beso de Luna, detengo mis pasos y me deleito con la escena que se está representando, ignorante de mi intromisión visual. Dos manos entrelazadas reposan sobre uno de los mullidos cojines. Los dedos juguetean inconscientemente, acariciando la piel del dorso de la mano ajena.

Confieso que me cohíbe un tanto contemplarlas desde mi posición, pero no me resisto a mirar, agazapada entre la gente. No puedo permitirme interrumpir la belleza de la pasión.


Con la otra mano, Mel retira hacia atrás el pelo de la cara de la mujer morena. Lo hace con un gesto íntimo, sensual. Ella le ofrece sus labios y se los bebe sin tregua. Carla la tiene atrapada, y no solo por sus brazos en torno al cuello. Me estremezco al sentir cómo la atrae hacia su cuerpo. La mano de Mel, antes prisionera, navega libremente buscando aguas templadas bajo su blusa.


No me atrevo a respirar.


Carla detiene el avance, sofocada, y se aparta lo suficiente para alzar la mirada y descubrirme. Carraspeo. No tengo otra salida.


—Veo que habéis limado asperezas —suelto en cuanto la voz me vuelve a la garganta.


—Algo así —contesta Mel con las mejillas todavía encendidas.


Carla se lleva la copa a los labios y la deja allí un buen rato, hasta que toda la sed, la una y la otra, se va apaciguando.


—¿Qué tal Alejandra? —digo para relajar el ambiente.


—Para comérsela, ya sabes. Hoy toca canguro —añade Mel sonriendo.


Alcanzo a adivinar el sentido encerrado en sus palabras.


—Me alegro de veros así, a pesar de los inconvenientes por los que habéis tenido que pasar desde el principio.


—A pesar de los inconvenientes que TÚ nos has hecho pasar —me espeta Carla con una mirada incendiaria.


—Esa clase de cosas consolida una relación —me defiendo.


—Siempre que sobrevivamos a ellas… —interviene Mel, provocadora.


—Hasta ahora lo habéis hecho y creo que os estáis volviendo adictas a las reconciliaciones.


—Bueno, debo reconocer que no nos podemos quejar —asiente, apoderándose de nuevo de la mano de Carla mientras la empapa en el almíbar de su deseo.


Me digo a mí misma que estas chicas han resultado ser extremadamente fuertes, conociendo los mares profundos que han surcado en Autorretrato…