miércoles, 4 de marzo de 2015

Pólvora

Daniela acaba de conocer nuestra plaza desnuda, alambrada, viuda del arte del arquitecto Goerlich; una plaza aparentemente fría aunque rebosante de expectación. Le es imposible olvidar las hermosas curvas construidas en Emilio Castelar, las fuentes en cascada, las balaustradas, las escalinatas que conducen al subsuelo, el gran ojo en el centro que asoma a los puestos de flores. La cruel diferencia visual le hace aferrarse a Victoria con desamparo, entrelazando sus dedos con los de ella, apretándole la mano para no sentirse expuesta a la decepción.
—Lo sé —dice Victoria—. No tiene nada que ver con la otra.
—¿Por qué la han destruido? — pregunta descorazonada.
—Intereses, supongo.
Ante el primer aviso pirotécnico, Daniela se sobresalta. Demasiado cercano el recuerdo del último bombardeo sobre la ciudad. Victoria le susurra al oído que todo va bien, que solo es el anuncio de la fiesta.
Falta un minuto para las dos de la tarde. Los cuerpos se aprietan en una suerte de enjambre humano, una masa viva que mira hacia un mismo punto: el balcón del Ayuntamiento. Los silbidos arrecian, la charanga calla. Latas vacías de cerveza alfombran impunemente parte del suelo, al amparo de un bosque de piernas en tensión. Los nervios cargan el ambiente de un calor extraño, un fluido invisible que ata a miles de personas desconocidas a un objetivo común. Por fin estalla el último aviso que da inicio al estruendo. Daniela se estremece. Victoria le suelta la mano y la enlaza por la cintura.
—¿Tienes miedo?
—Nunca la había visto tan cerca.
Un leve tirón la aproxima un poco más a su costado. La marabunta crece unos decibelios a ritmo lento, aunque constante. Daniela parpadea. La primera nube de pólvora las alcanza.

—Aspira hondo —le grita Victoria.
Ella le hace caso. Los pulmones se inundan de un aroma picante y la sensación repercute directamente en el cerebro. El corazón le late más deprisa. Daniela deja de luchar contra el miedo, se deja mecer por la fragancia, por el ruido, por el humo, por el calor que desprende la carne pegada a la suya. El terremoto la arrastra y ella abre desmesuradamente los ojos y la boca y la arrebata un sentimiento incontrolable. En pleno éxtasis, Victoria se gira y descubre su mirada inmensa desbordada de lágrimas.
—No hay nada comparable ¿verdad?—afirma.
—Solo una cosa —declara Daniela con la voz ronca.
—Solo una cosa —asiente Victoria clavada en sus pupilas.

Ojalá pudieran tomarse un vodka en el Ideal Room, pero eso es un sueño de otra época.