miércoles, 29 de abril de 2015

Creemos un momento histórico

Esta noche me emociona. Hacía mucho tiempo que no las veía juntas. Las echaba de menos. 
Como si la naturaleza fuese consciente de este hecho, un embriagador perfume de azahar flota en cada rincón del Beso de Luna. Es un presagio excitante.
—¿Notas la fragancia, Mel?
—¡Imposible no hacerlo! Y eso que Carla no está cerca… Tengo todo el vello erizado.

—¡Como si la distancia fuese un problema! Esa hechicera sabe cómo llegar a ti aunque esté al otro lado del planeta —suelta Eva con sorna.
—¡Oye, que estás hablando de mi mujer! —protesta Mel lanzándole un posavasos.
—¡Sabes que es verdad! —se defiende Eva riéndose.
Victoria las observa sorprendida sin saber a ciencia cierta de qué están hablando.
—¡Haya paz! —interviene Patricia, sonriendo.
—¡Mira quién pide paz, la mayor lianta del grupo! —ataca Eva de nuevo.
—Pues tú bien que te apuntas a todo... —contraataca con sutileza Patricia.
Esta noche muestra un brillo excepcional en esos ojos color esmeralda que llevan a todo el mundo de calle. Me encantan las pullas que se lanzan todas cuando están juntas. Victoria no sabe cómo reaccionar. Todavía no las conoce. Le explico que es un juego que las divierte precisamente porque se adoran. Las dificultades, en lugar de haber establecido distancia entre ellas, han conseguido unir todavía más a la familia. Porque en eso se han convertido, en una familia.
La camarera nos trae uno de los mejores vinos de nuestra tierra, un tinto oloroso, profundo, que vierte miles de esencias al aire en cuanto roza la copa. Me adelanto levantando mi bebida. Hoy nos hemos reunido por algo. El momento está próximo.
—Por las buenas decisiones.
—Por un resultado esperanzador —añade Mel.
—Por el regreso de los ideales —interviene Victoria.
—Por la marcha de los sinvergüenzas. Que se vayan de una puñetera vez —afirma Eva exaltada.
—Por el cambio necesario —apunta Patricia.
—En definitiva, por un futuro que nos merecemos —digo zanjando el brindis.
Por fin me llevo el magnífico líquido a los labios y todas las esperanzas se entremezclan en el paladar como en el caldero de un alquimista. Leo en los ojos de mis amigas la confianza en una vida mejor que está a punto de llegar.
Todo depende de cada decisión, de cada voto.
Es tiempo de pensar. Es tiempo de actuar.

Creemos un momento histórico.

martes, 7 de abril de 2015

El tiempo no existe


Me ha pedido que le siga y por fin se acomoda sin hablar en el borde de la balaustrada blanquísima que separa el Beso de Luna de la arena. Imagino que quiere estar cerca del mar. Daniela enreda su mirada avellana en la espuma que brilla unos metros más allá, donde la ola rompe. No obstante, sé que no ve el agua que lame las pisadas hasta borrarlas, no ve las diminutas partículas de tierra que se unen infinitamente para poner límite al océano, no oye el siseo que se produce en cada envite del oleaje leve. Tampoco percibe el olor que trae la brisa, un salado afrodisíaco que empapa el paladar y agranda las ansias.
Lo que ella contempla está por dentro.
De repente las primeras palabras brotan de su boca y ya no hay nada que las detenga. Está aterrada. El salto que pretende dar es demasiado grande. Se ha asomado a este mundo y su ritmo la supera. Ya nadie se mira a los ojos, son pocos los que conversan, dice. La gente vive atenazada a pantallas de distintos tamaños. La vida se les escapa a chorros. Todo transcurre entre prisas, entre citas, entre horarios que empaquetan el placer. Nunca hubiera imaginado que echaría de menos la espera interminable en las colas de abastecimiento. Por lo menos allí, mientras aguardan, las personas se comunican sus esperanzas y sus miedos.
—¿Y entonces? —le pregunto.
—No tengo otra opción —concluye con el rostro radiante.
Ese fulgor me hace entender que le compensa. Daniela me confiesa que cada vez que mira a Victoria el caos se detiene, la rueda arrolladora deja de girar y todo vuelve a mecerse con una cadencia sutil que sincroniza sus latidos. Cuando ella atrapa su mano, el movimiento se ralentiza hasta el punto de que puede percibir el pestañeo de sus párpados, sentir que sus labios se humedecen lentamente, ver cómo se separan para llamarla por su nombre. Es entonces cuando el estruendo de las sirenas se entremezcla con la música del teléfono móvil de alguien que pasa cerca; cuando el sabor de la achicoria se confunde con el aromático deleite de las cápsulas de una célebre marca de café; cuando los carteles de guerra se desdibujan para anunciar el estreno de una de las películas candidatas al Óscar. El tiempo no existe.

Mis noches en el Ideal Room lo demuestra.