El solsticio de verano nos ha traído la mansedumbre
de las horas muertas, los ojos entornados, suspendidos en un punto brillante sobre
las olas. Los cócteles enfrían el ardor y vuelven el diálogo fluido. El Beso de
Luna huele a mar, a jazmines, a pieles lubricadas tras la exposición solar. Pero
este verano también nos perfuma de otras cosas; la brisa arrastra aroma a
libertad, a esperanza, a orgullo.
Mel y Carla comparten una mirada cómplice que es la antesala
de un beso.
Eva entrelaza firmemente sus dedos con los de María y ésta reposa los rizos en
su hombro.
Ante la balaustrada que aísla el local de la playa, Álex y Marcello,
cogidos por la cintura, observan ensoñadores el reflejo de la luna en el agua
negra.
Iván y Fran se sientan muy juntos, muslo con muslo y elevan sus copas con
una secreta promesa que solo ellos conocen.
Patricia mira su reloj una vez más
y al levantar el rostro se encuentra de golpe con los ojos grises de Iduna. La
sonrisa le nace sin pedir permiso. Dijo que vendría y lo ha cumplido. La
pelirroja le tiende la mano, Patricia acepta el contacto con un
estremecimiento. La otra tira de ella y se la lleva por el sendero empedrado
hacia un destino incierto.
En un rincón apartado, encerradas en su burbuja candente,
Victoria y Daniela se besan ajenas al mar, a la música, a los aromas y al febril
tumulto de las pieles en ebullición.
Desde un punto privilegiado lo observo todo y el
corazón se me dilata un poco más. Mi cerebro se llena de jazmín, de salitre, de
besos susurrados, de deseo incontenido. De verano.
—Bendito solsticio —digo en voz alta antes de beber
de mi copa.
Nadie escucha y me encanta.