Esto es lo que he preguntado a las invitadas con las
que estoy compartiendo una magnífica botella de vino. Todas ellas han
participado, con mayor o menor fortuna, en la historia que cuenta la novela.
—En La Esencia hay riesgo —responde Samoa sin un
ápice de duda.
Me observa, armada con una mirada ámbar cautivadora, colocándose
una mecha de color rubio oscuro detrás de la oreja.
—Para mí —interviene Ronda— lo que encierra La
Esencia es toneladas de amor.
Los oscuros ojos se posan en su pareja buscando un
reconocimiento que encuentra de inmediato. Samoa se aproxima y funde sus labios
con los de ella. Un beso breve que significa mucho más de lo que se intuye.
—Pues yo digo que en La Esencia hay amistad, pero
también traición —alega Marisa, sentando cátedra.
Evita mirar a nadie con
ánimo de no arruinar la tertulia. Un carraspeo incómodo acompaña su rotunda
afirmación.
—En La Esencia, ante todo, hay magia —dice Noe,
soñadora.
Observo a la mujer pelirroja con la esperanza de descubrir el sentido
intrínseco de sus palabras, pero su mente parece estar volando muy lejos. De
hecho, las gafas de montura negra tras las cuales se esconde dejan ver unos
párpados cerrados.
—Pues yo creo que detrás de La Esencia hay
diversión, sensualidad, aventura —afirma Lola en tono superficial.
Miro cómo
sus largas y cuidadas uñas aferran la copa y se la llevan a unos labios exquisitamente
perfilados.
—Yo diría que en La Esencia interviene el destino y
un exquisito juego de confluencias —señala Mel, alzando su bebida para proponer
un brindis—. Pero también ofrece el profundo aroma del buen vino.
Las cinco secundan el gesto de Mel, apoyando una
causa común que las tendrá amarradas de por vida, a su pesar.
¿Ya has buceado en La Esencia?
No tardes. Regreso
a Eterna llega empujando con fuerza. Tiempo al tiempo.